Mirando en retrospectiva al 30 de Octubre de 1996. Mientras hablaba por teléfono con una amiga, la vida dio un giro inesperado…

Un estruendoso golpe resonó desde la recámara de mis padres. Rápidamente, interrumpí la conversación y subí, encontrando a mi papá tumbado en el vestidor, quejándose de un agudo dolor en el cuello.

De manera apresurada, llamamos a un médico, quien recetó un medicamento. Tomé el auto, conduje con la respiración entrecortada y la mente llena de temores. Al regresar con el medicamento, mi mamá lo administró, pero nuestros esfuerzos por levantarlo fueron en vano. Llegaron familiares con una ambulancia, pero, a pesar de los intentos de reanimación, mi padre falleció en menos de una hora

Jamás había ingresado a un hospital, y al siguiente día sería su cumpleaños. Cumplió su promesa de retirarse a los 60 años.

La inesperada partida de mi padre sumió mi vida en una oscuridad profunda. Llamé a mi hermana en otro país para darle la trágica noticia.

En medio del caos y el dolor, recordé que meses antes, mi padre nos había mencionado que tenía un Seguro de Vida.

En ese instante, comprendí que un Seguro de Vida no es solo un acto de fe, sino un contrato formal entre la Aseguradora, el Asegurado y, crucialmente, el Asesor Profesional. Este asesor es esencial para orientarte sobre las ventajas e inconvenientes en la adquisición de un Seguro que realmente cumpla con tus objetivos.

Reflexioné sobre las familias en el país que quedan desamparadas y endeudadas tras la pérdida del sostén económico. ¿No hay algo que sustituya ese ingreso y evite la pérdida de patrimonios construidos con esfuerzo y dedicación?

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